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Las revelaciones de un ex custodio de Mike Tyson: “Escondía mujeres en el vestuario y tenía sexo antes de las peleas”

Mike Tyson ha sido uno de los boxeadores más temidos dentro del cuadrilátero y uno de los más polémicos fuera de él. Es así que pese a que ha pasado más de una década desde su retiro, la historias sobre sus épocas de gloria siguen saliendo a la luz y no dejan de sorprender a su millones de fanáticos. Esta semana, uno de los hombres que más cerca estuvo del púgil en sus primeros años como profesional contó algunas confidencias de aquellos tiempos.

Rudy González, ex guardaespaldas y chófer de Iron Mike, habló con el sitio británico The Sun y reveló algunos secretos que ayudan a entender cómo funcionaba la mente del boxeador en sus inicios. Vale recordar que el joven nacido en Nueva York comenzó su carrera en 1985 y al año siguiente, con apenas 20 años, ya era campeón mundial y ostentaba un récord de 28 victorias, 26 de ellas, por nocaut.

Por eso, su nombre rápidamente saltó a la fama y se ganó el respeto de la prensa y de sus colegas por el miedo que imponía en el ring: “Todavía veo a algunos de los tipos con los que luchó. Estuve allí en el ring viendo a estos hombres enormes llorando, con los huesos rompiéndose o su sangre volando por todas partes. No es exagerado decir que Mike era como un tren golpeando a estos tipos”, contó González.

En este sentido, explicó que Tyson tenía tanta energía interna que la canalizaba teniendo relaciones antes de los combates: “Uno de los mayores secretos con Mike era que necesitaba tener sexo en el vestuario antes de las peleas. Tendría que encontrar una groupie, no importaba quién fuera. Él decía, ‘si no me acuesto, mataré a este tipo ahora mismo’. Mike tenía que echar un polvo para liberar algo de la fuerza que tenía. Así que tenía a las chicas escondidas en los baños y los vestuario”.

La fuerza de sus puños era tal que el propio púgil temía provocarle un daño severo a sus adversarios: “Su mayor temor era que matara a alguien en el ring. Sabía que podía hacerlo”.

González fue uno de los primeros guardaespaldas que trabajó con Tyson, a quien conoció antes de que se alzara con el cinturón de campeón tras noquear a Trevor Berbick en el segundo round el 22 de noviembre de 1986. Pero para ese entonces, la mente del púgil estaba pasando por un momento complicado, después del fallecimiento de su entrenador Cus D’Amato, quien murió en 1985.

Es que antes de ser boxeador, el pequeño Mike había sido víctima de una infancia dura en un barrio peligroso en donde se ganaba algo de dinero por demostrar su fuerza peleando con adolescentes, como contó en varias ocasiones. Aquellos años conflictivos derivaron en varias detenciones y pronto terminó en una correccional, en donde uno de los guardias le vio potencial y le recomendó que al cumplir su castigo fuera al gimnasio de D’Amato.

Al verlo, el entrenador lo apadrinó no sólo en lo deportivo, sino también que lo adoptó como si fuese un hijo, a tal punto que lo invitó a vivir con él en su mansión de 14 habitaciones. El joven Tyson se instaló allí, en el ático, y se quedó por un par de años en ese domicilio disfrutando del cuidado de Cus y de su esposa, Camille Ewald.

“Mike sentía que tener las llaves de una casa era un gran problema, porque nunca antes había tenido esa seguridad. Camille cocinaba para él y comíamos todos juntos, era la primera vez que tenía un sentido de normalidad. Lo dábamos por sentado, pero la forma en que creció su familia fue su peor enemigo. Él siempre decía que no podía creer en la gente blanca como yo. Él había sido construido de una manera antes de eso: robar, ser golpeado, vivir en las peores condiciones humanas y empezar de nuevo. Por primera vez experimentó el amor de Cus y Camille. Fue una experiencia inolvidable verlo salir de ese caparazón”.

D’Amato sacó de la calle a Tyson y lo integró a una familia que lo apoyaba y lo educaba: “Era una historia de amor. Mike tenía el temor de que si arruinaba esto terminaría en su antiguo vecindario o sería encerrado. Cus era el único hombre en el que confiaba. Le gritaba, y Mike inclinaba respetuosamente la cabeza y decía ‘sí señor, no señor’”.

En noviembre de 1985, tras la muerte de su entrenador, el púgil que por entonces era una promesa del boxeo tuvo que esconder su angustia para poder seguir peleando. Pero, según relató González, había momentos en donde la tristeza le brotaba sin control: “Mike solía romper a llorar antes de las peleas. Tenía un problema de ansiedad en el que estaba desesperado por no sentirse lo suficientemente bien o no querer arruinar las cosas. Nunca recuperó la pérdida de Cus, porque encontró a alguien especial que tuvo fe en él y lo salvó de las profundidades del infierno”.

Después del nocaut a Trevor Berbick en el segundo asalto, el estadounidense le demostró al mundo de qué era capaz y en 1989 ya ostentaba cuatro títulos mundiales de los pesados. Pero aún seguía extrañando al hombre que le había enseñado todo lo que sabía sobre el deporte de los guantes: “Regresábamos a la casa donde Mike se sentaba en la silla de Cus y se transformaba en él. Le gustaba dormir en el ático de esa casa. Mantuvo ese amor todo el tiempo que pudo. Años después de la muerte de Cus, me pidió que condujera hasta la casa y aparcara en el camino de entrada. Se quedaba atrás y lloraba durante horas”.

La gloria le trajo fama y la fama mareó a Tyson, quien en la década del 90 inundó horas televisivas y las portadas de los diarios con sus escándalos. Las drogas, el alcohol, la falta de disciplina y hasta un paso por la cárcel por una agresión sexual contra una modelo mancharon para siempre su imagen. Según González esto fue debido a que Don King irrumpió en su vida como su agente: “Él lo quebró psicológicamente”. En este punto, agregó: “La historia de Mike habría tenido un final diferente si Cus hubiera vivido más tiempo. Su hermana Denise siempre me hizo prometer que mantendría a Mike alejado de Don, llamándolo payaso”. Pero no lo logró.

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